Siempre he visto un montón de estos silenciosos “tapones” de las calles y veredas y dedicarles unas líneas me parece pertinente al final de este recorrido anual, pues, rara vez nos percatamos de su existencia y del festival de texturas y escritos que tienen.
Las hay de distintos tamaños, formas, inscripciones, diseños (no tan creativos) pero no de colores, todos tienen esa tonalidad que pareciera estar en consonancia con empedrados y asfaltos de nuestra ciudad de Asunción, grises.
Siempre dejando volar un poquitín la imaginación pareciera que son unos cíclopes aplastados cuyos únicos sobrevivientes de esa tragedia anormal son sus ojos, que miran constantemente al cielo en una sociedad que ya pocos lo hacen, y si fuera así, cuantas cosas quedaron grabados en sus pupilas negras y de acero y nos contarían todas las anécdotas que vieron en sus silenciosas y quietas vidas.
Autos, camiones, micros, motoqueiros, personas, perros, carros tirados a caballo. recolectores de botellas, peajeros, caballos locos, policías y alguna que otra osada transeúnte en polleras que dejan divisar sus atributos cubiertos por tangas, cullot, fio dental y porque no: “AL AIRE LIBRE”.
Siempre mirándonos desde abajo y recordándonos que no somos autómatas sino gente que puede quedarse a devolverles la mirada y ver en los chiclets pegados a su superficie ya gastada por pasarles encima como te dicen “MIRAMENA CHERA´A Y NO ME PISES”.